Forastero soy yo en la tierra; no encubras de mí tus mandamientos. Salmo 119:19.
Cuando repetimos las palabras del salmista *Forastero soy yo en la tierra*, confesamos que no vivimos aquí, que esta tierra no es nuestro lugar de residencia permanente, que no queremos establecernos aquí, que únicamente estamos de paso, que somos peregrinos. El ejemplo típico del peregrino creyente lo tenemos en los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob: *Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra (Hebreos 11:13).
La verdadera patria del cristiano esta en el cielo, como dice Pablo: *Mas nuestra ciudadanía esta en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo* (Filipenses 3:20). Por eso nuestro versículo de hoy dice que el salmista se sentía *forastero en la tierra*. Es decir, era, y se sentía, diferente. No vivía de acuerdo con el mundo. Marchaba el ritmo del “tambor” de Dios. Esta es una confesión de fe y consagración completas, pues nuestro gran peligro es que nos asentamos en este mundo y aprendamos sus costumbres, sus métodos y su estilo de vida.
El gran peligro, y la gran tragedia, es que los cristianos dejen de ser peregrinos y se acomoden en el mundo, que ya no haya ninguna diferencia entre ellos, que son ciudadanos del reino de Dios, y la gente que es ciudadana del mundo. La tragedia se consuma cuando llegan a *amar al mundo*. Por eso advirtió Juan: *No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo*. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no esta en él. (1 Juan 2:15). Es la gran tragedia de los cristianos de todo los tiempos: Amar al mundo y las cosas que están en el mundo.
Seria bueno analizarnos a nosotros mismos. ¿Será que amamos al mundo más que Dios? ¿Qué es amar al mundo? O, mejor, hagámonos las preguntas opuestas: ¿Qué significa amar a Dios? ¿Qué significa ser forastero? Ni el espacio ni el tiempo alcanzan para meditar todo lo que podríamos meditar, ni para consignar todas las conclusiones que saquemos. La respuesta a estas preguntas corresponde a la esfera íntima y personal. Solo tú puedes saber si amas al mundo y si eres enemigo de Dios. Solo yo puedo si soy un peregrino, un forastero, al estilo de Abraham, Isaac, Jacob y David.
No descartamos los peligros de la peregrinación, por supuesto. Recuerda que Dios te explicara a su debido tiempo las injusticias que padeciste en tu peregrinación. Entre tanto, te da fortaleza para cada día, y paciencia en el sufrimiento.
Siempre gozosos. Experimentando el amor de Dios
MEDITACIONES MATINALES
Juan O. Perla