
Bartimeo preguntó que ocurría, pues el gentío que se movía a su alrededor no era normal en Jericó. Cuando le dijeron que Jesús de Nazaret estaba pasando por la ciudad, Bartimeo se estremeció. Hacia tiempo que esperaba esta oportunidad. Jesús estaba cerca y el creía que podía devolver la vista. Sin perder tiempo, sin ninguna inhibición, comenzó a gritar: Jesús, Hijos de David, ten misericordia de mí. Los gritos eran estridentes, casi ofensivos, para un personaje tan importante como Jesús de Nazaret, quien se encontraba en el apogeo de su fama y de su popularidad. La gente comenzó a reprenderlo, diciéndole que se callara. Pero Bartimeo no estaba dispuesto a desaprovechar su única oportunidad de ser sanado por Jesús, y siguió gritando.
Entonces Jesús, deteniéndose, mando llamarle. ¡Que gloriosa oportunidad! La Biblia Reina Valera dice: El, arrojando su capa, se levanto. Pero la Biblia de Jerusalén dice que Bartimeo dio un brinco para acercarse a Jesús.
Era el hijo ciego de un padre ciego, la cual empeoraba el caso, y hacia la curación una maravillosa, y, así, mas apropiada para tipificar la curación espiritual realizada por la gracia de Cristo en aquellos que no solo nacieron ciegos, sino de padres que eran ciegos.
Después de caminar entre sombras, abrir los ojos y observar el rostro de Jesús y las cosas maravillosas de este mundo tiene que ser algo indescriptible. Es algo similar a los que sucede cuando acudimos a Dios en oración y rogamos: Señor, ten piedad de mi, que soy pecador, y Dios responde con su inigualable misericordia.
El ruego de Bartimeo fue: Maestro, quiero ver. ¿Por qué no hacemos una petición así de sencilla? Necesitamos ver la voluntad de Dios en nuestra vida; necesitamos ver las necesidades físicas y espirituales de quienes nos rodean y, sobre todo, necesitamos ver nuestros pecados. Gritemos, como BArtimeo, Jesús, Hijos de David, ten misericordia de mí.
MEDITACIONES MATINALES
Juan O. Perla
Juan O. Perla
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